Aniol es un niño de once años «intenso, insistente, enérgico, impulsivo, social y sensible», tal como lo describe su padre, Xevi Huguet. «A medida que iba pasando el tiempo y que se iba haciendo mayor, era más movido, no tenía noción de los peligros, se subía a todas partes (muros, piedras, árboles), iba en bicicleta muy rápido sin frenar… Cuando empezó la escuela, en P3, se mordía los cuellos y puños de las camisetas, no estaba nunca sentado, llevaba golpes en todo el cuerpo, se escapaba, hablaba muy alto y muy deprisa, y esto le hacía tartamudear», recuerda su madre, Meritxell Verdaguer.
Todas estas señales les indicaron que Aniol podía tener algún problema, y Xevi, diagnosticado de TDAH ya de muy pequeño, vio que su hijo podía tener también este trastorno: «Encajaba todo: la manera cómo reaccionaba ante los peligros, la manera como gestionaba su nervio, la dificultad para concentrarse y para estar sentado…y me recordaba mucho a mí».
Hay personas que no entienden muy bien qué significa tener TDAH, un trastorno que va mucho más allá de «ser una persona movida». Por eso, los padres del Aniol reivindican que se tome conciencia sobre estas realidades y que puedan cambiar algunas dinámicas en los centros educativos para que todos los alumnos puedan encajar y desarrollarse como personas.